martes, 21 de octubre de 2014

Ojos de escarcha

Tenía manos tristes y ojos de escarcha, el dolor bajo los pies para no caer más bajo, una sonrisa cicatrizada le cruzaba el rostro, y en el pelo se le enredaban los recuerdos.

Una rosa fresca sobre la mesa, y en cada pétalo, minuciosamente colocadas, diminutas gotas de rocío
descansaban.

Era día de colada, de poner la lavadora, para que cada prenda adquiriese un nuevo aroma. Suavizante. Tan dulzón y artificial que me producía náuseas.

Pero aquella vez el monótono traqueteo de la máquina no inundó el piso, no te acercaste por
detrás mientras sacaba las prendas húmedas para besarme el cuello, ni la vecina cotilla del segundo asomó su picuda cabeza para vernos tender.

Solo había silencio. Silencio y un armario de ropa con tu olor, que empezaba a desaparecer ante el mío, y en la ausencia de sonido me acurrucaba con tu sudadera favorita, esa tan vieja con un agujero en la manga derecha y la espalda desgastada, la que siempre te ponías y tantas veces había tratado de tirar. Ahora también es mi favorita, me siento estúpida.

Recuerdo la primera vez que te vi, la llevabas puesta, y te acercaste a mi con el pelo revuelto y una sonrisa tan torpe que era dulce. También recuerdo el último día, al menos cuando tus ojos aún conservaban su vida, me acariciaste las lágrimas, mientras te recriminaba que habías prometido no irte nunca, no dejarme sola, y comprendía que aquello se te escapaba de las manos, pero no podía evitar estar furiosa con el mundo por la noches sujetándote la cabeza mientras vomitabas en el baño, por el temor a que cada noche fuera la última, por apartarte de mi, sin anestesia si quiera.

Por todo eso estoy aquí, encogida en tu armario entre montones de ropa que debería lavar, con papeles arrugados y tinta por el suelo, poemas y cartas en los brazos que no llegarás a leer, ni
siquiera los que he quemado suplicando al humo que te los hiciera llegar.

Soy fuerte, y acabaré por superarlo, se me acabarán las lágrimas, estoy segura, tal vez algún día
encuentre a otro que me bese el cuello mientras pongo la lavadora, pero hoy no, no quiero olvidar, quiero estirar el brazo y encontrarte al otro lado de la cama, de momento me quedo, con la cara empapada y escribiéndote.

Lydia. Una nube de escarcha.

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