viernes, 31 de octubre de 2014

Igualdad a cambio de educación.

Si algo hemos demostrado los seres humanos con nuestra forma de actuar a lo largo de la historia es que somos animales de costumbres, cuya manera de pensar se ve a menudo influenciada por determinados comportamientos de su misma especie en épocas anteriores, dejando entrever quizá los rastros de su pasada mentalidad antropocéntrica que, aunque en la teoría implica considerar al ser humano el eje central de todo, en la práctica y a pesar de la naturaleza humana de la misma, bajo ningún concepto concebiría a la mujer como figura central, reflejando así la mentalidad masculina que prima en nuestra especie desde tiempos inmemoriales.

Partiendo de aquí y una vez analizada la raíz del problema, lo propio es buscar soluciones. Con este fin surge la Ley Contra la Violencia de Género, aprobada en diciembre de 2004 y que ha supuesto un considerable avance en la lucha contra el machismo en nuestro país, sin embargo, aún queda mucho por hacer. Hablamos de un 15% jóvenes que dicen entender este tipo de injusticias en determinadas circunstancias y de más de 50.000 mujeres menores de 30 años con una orden de protección, alarmantes cifras que demuestran que, por encima de lo estrictamente legislable, la situación requiere de una exhaustiva labor de concienciación social.

Mi conclusión es que la violencia de género no es más que un reflejo de la situación minorizada en determinados aspectos que aún hoy ocupa la mujer en nuestra sociedad, una sociedad que opta por enseñarlas a defenderse en lugar de enseñar a los hombres a no maltratar. Es cierto que es necesario establecer unas leyes ecuánimes que abarquen y propongan remedios eficaces a los principales conflictos que implican este tipo de abusos, no obstante, considero que la única solución a largo plazo es la educación.

Si nos paramos a analizar las causas de este problema, observamos que una educación que fomente la igualdad de género, tanto por parte del profesorado en los colegios como de los padres en casa, es crucial para la erradicación de este tipo de injusticias. El problema aparece cuando dentro del ámbito familiar no hay formación suficiente pata transmitir que padres, madres, hijos e hijas merecen idéntico respeto. Aún así, en ningún caso debemos dar esta batalla por perdida, sino que ahora más que nunca es indispensable persistir en la lucha por la igualdad de género, pues una juventud bien formada equivale a una sociedad futura justa y tolerante.

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